Terminada mi maravillosa experiencia en Valencia, viviendo las fallas con toda su luz y color, me tocó una sentida despedida de Ana y Pedro, quienes me dejaron en la estación de trenes para partir a Madrid y desde allí abordar el vuelo que me llevaría a mi próximo destino: Amsterdam, Países Bajos, como oficialmente se llama el país a contar de enero de 2020, abandonando la nomenclatura de Holanda, que es en realidad solo una de sus 12 regiones.
Llegué ya de noche al gigantesco aeropuerto Amsterdam Schipol, con los ojos bien abiertos para no perderme detalle (en especial a los bellos policías respecto de quienes me habían comentado Marce y Rosarito). Recuperada mi maletita crucé la calle y me dispuse a esperar el bus que me llevaría a la ciudad distante a 15 kilómetros, al sector de Leidseplein.
El hotel que elegí se llamaba La Boheme (www.la-boheme-amsterdam.com), situado en un muy bonito edificio histórico, con solo escaleras, y que tenía el desayuno incluido a un precio bien decente, para la oferta del sector. La habitación era muy pequeña, por eso un poco decepcionante, pero tenía de todo, incluso flores, y al otro día noté que tenía una terracita privada y me pareció más confortable (de todas maneras ni pasé ahí).
Omití quedarme cerca de la estación de trenes, porque es un barrio más de fiesta, y decidí Leidseplein, porque también hay su carrete, pero además está al medio del Mercado Flotante y de los museos que quería visitar para ir a pie.
Debo haber llegado sobre las 20:00 horas y estaba oscuro y frío, pero como soy curiosa terminé caminando los casi 2 kilómetros a la estación de trenes para ver cómo era la ciudad, y sólo puedo decir que era muy animada, carísima y helada!. Me cobijé en un restaurante cerca de Damrak, un embarcadero del canal del río Amstel, para hacerme una idea de los edificios, los canales y la gente, y también para nutrirme y tomar alguna cosa rica.
Ya al otro día comencé a recorrer los alrededores, luego del café y croissant con mermelada de distintos sabores que daban en el hotel, donde además pude disfrutar de la vista más linda a nuestro vecino Teatro DeLaMar.
Hice el mismo recorrido que la noche anterior, caminando casi la misma ruta que el tranvía por calle Leidsestraat, que a esa hora tenía un comercio bullente y mucho movimiento y es que las bicicletas son cosa seria, como soberanas de las calles, hay que tener mucho cuidado con ellas. Seguí luego por Rokin, hasta llegar a Dam Platz, la más importante de la ciudad, donde además se sitúa el Palacio Real, asiento de la casa de Orange, que data de 1648.
A un par de cuadras está el archiconocido Barrio Rojo de la ciudad, el cual crucé rápidamente para llegar a mi destino, obviamente sin detenerme en las vitrinas: no por conservadora o puritana, sino porque de verdad pienso, por más progresista que me sienta, que el comercio sexual, al menos este ejercido en vitrinas, refuerza desde luego el estereotipo de la mujer objeto/mercancía que lo hace, al menos para mi, una forma más de violencia de género.
Sin perjuicio, este barrio es uno de los más antiguos de la ciudad, y tiene también otros intereses turísticos como la Iglesia Oude Kerk (iglesia vieja) que data del siglo XIV.
El pecho tocado con la mano inserto en el adoquín es la señal que otrora indicaba la zona roja a los navegantes que venían de todas partes del mundo y hoy apunta el inicio del sector de las vitrinas. Para ser justa debo decir que estas estrechas calles también tiene varios cafés y bares fuera del circuito del comercio sexual, en especial los coffeshop, que tampoco visité, incluido el mítico Café Baba, que me habían recomendado mucho.
Otra cosa interesante de este sector es el basto desarrollo de la industria del sexo, incluido un museo temático y los muchos sex shop en los que se encuentra lo último en diseño para juguetes e indumentaria erótica.
Ya volviendo al área de Damrak, encontré otros productos locales como esta tienda donde estaban absolutamente todos los quesos, en especial aquellos de producción local como el Edam y el Gouda.
En la tienda Henri Willig, se encuentran además de los quesos, toda la indumentaria para servirlos incluyendo el fondeau, además de todos los souvenir que ofrecía amablemente la señora vestida con su traje tradicional, que posó amorosa para esta curiosa.
Ya en el Damrak, solo me senté a mirar con varios tecitos en la mano, todo el movimiento que tiene la ciudad por tierra y agua. Justamente desde este lugar parten los tour por los canales, así que me animé a tomar uno para hacerme una idea de la ciudad desde otra perspectiva. Esta fue la única vez que vi el sol y fue una maravilla, porque en realidad se veía muy diferente (a pesar de ello seguía haciendo mucho frío).
Desde acá también se pueden apreciar las casas danzantes, que están justo en una de las orillas del embarcadero. Están ya medio hundidas en la agua, con su movimiento parecen bailar.
El recorrido en crucero dura un poco más de una hora y vale 25 euros y sirve para recorrer la ciudad de los lugares más turísticos como el barrio rojo, Nieuwmarkt, Westerkerk, cerca del Museo de Ana Frank, con hop-on, hop-ff y también ver la ciudad más "normal", al recorrer también los barrios residenciales.
Los canales de Amsterdam fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por Unesco en 2010 y es que no sólo son bonitos, sino también una gran obra de ingeniería que permitió ganarle espacio al agua, para ir levantando esta ciudad a través de los siglos.
Los primeros canales se levantaron en el siglo XVI y se dice que cubren 100 kilómetros de distancia, organizados en varios anillos, cada uno con su propia identidad. Los que más me gustaron fueron Herengracht y Singelgracht, que son los más antiguos y en cuyas orillas se levantan las casas más lindas
Mención aparte merecen las casas flotantes situadas en el barrio de Jordaan, que también es muy hermoso (en el canal de Prinsengracht), que han sido parte de la tradición navegante, pero que hoy tienen todas las comodidades y hermosos diseños, además de ser carísimas.
Terminado mi tour por los canales, seguí explorando la ciudad caminando. Uno de los días tomé uno de los Free Tours de Sandemans (https://www.neweuropetours.eu/es/tours-en-amsterdam/), que son bien panorámicos, gratis (o sea, con propina) y en español, y que son siempre una súper buena manera de hacerse una idea general de la ciudad histórica, esta vez caminando.
El guía era un español muy didáctico y entretenido, nos explicó además de los puntos más turísticos, parte de la historia de la ciudad siempre ligada al comercio y a la navegación. También incluyó parte de la historia de la segunda guerra mundial con la ocupación Nazi y la más contemporánea y cómo ha forjado el carácter de esta sociedad tolerante y liberal.
El tour terminó en Nieuwmarkt o mercado nuevo, donde hay parte del barrio Chino, y también un café levantado en las antiguas torres de la ciudad medieval.
Volví a cruzar la ciudad hacia la plaza Dam, para dedicarme un poco a la compra y al vitrineo. Para ello nada mejor que el Magna Plaza, situado en el antiguo edificio de Correos que data de 1899. En general resultó ser muy lujoso para mí, pero tenía varias tiendas de diseño muy bien surtidas y de todas maneras vale la pena la visita, además porque es techado y muy abrigado.
También aproveché esta visita de hacer un alto para comer algo rico y elegí una marca registrada local: los crepes del Café Ovidius, que además es hermoso, con sus tres plantas. Hay varias otras marcas registradas en comida, en especial al paso, como las papas fritas, riquísimas todas las que probé y los Stroopwafel, que es como una sandwich de oblea relleno de caramelo delicioso (aunque serían mejores con manjar creo yo)
Una de mis visitas favoritas, a la que pude llegar caminando desde el hotel, es el mercado flotante de las flores o Bloemenmarkt, situado en el Singelgracht, y que está ahí desde fines del 1800, honrando la tradición florista de sus habitantes.
El mercado es hermoso, colorido y tienen miles de flores de todos los colores posibles, no solo tulipanes, aunque para mí son las flores más hermosas, y lo peor de todo, súper baratos (lo único barato que vi).
Esta es una de las veces que odio al SAG y a las estrictas reglas que tenemos en Chile para ingresar semillas, porque si no existieran me habría traído todos los bulbos que habían para llenar mi jardinera con estas hermosuras.
Pero mi visita top one de este viaje y la que había estado esperando desde que vi en National Gallery en Londres algunas pinturas de sus famosos girasoles, fue el Museo de Van Gogh (https://www.vangoghmuseum.com/) que es una maravilla. Compré la entrada en el mismo hotel, por 17 euros, lo que acortó la fila, pero no la eliminó.
Si bien yo no soy tan fanática de los museos (me refiero a que contadas excepciones, prefiero caminar las ciudades, más que encerrarme), con este estaba muy emocionada, porque sabía que al menos me iba a encontrar cara a cara con dos de mis pinturas favoritas en el mundo. La colección es impresionante, y está ordenada cronológicamente, lo que permite hacerse una idea de la evolución de los intereses del pintor y también de cómo fue logrando el trazo que lo hace universal y eterno.
La fotografía está prohibida dentro del museo, salvo unas pocas excepciones como este retrato. De todas maneras en la tienda del museo a la salida, encuentra absolutamente todas las reproducciones y souvenirs con las más famosas pinturas, incluso productos para mascotas, varios de los que tengo en casa y en la oficina ahora.
Caminé sala por cada enorme sala, y encontré desde las oscuras pinturas de sus inicios, como "Los comedores de papas", y luego aquellas pintadas en la época en que estuvo en Arles y Saint Remy, su veta referida a la pintura japonesa, para finalmente llegar por fin a mis favoritos, todos por supuesto referidos a flores: Almond Blossom, Irises, Sunflowers y mi más querido Butterflies and Poppies, cuya reproducción compré, paseé tres semanas en tren y en avión y hoy está enmarcada en mi pieza.
El área de los museos está presidida por el icónico Iamsterdam, que tanta fama le ha traído a la ciudad y por el Rijksmuseum, casa del arte Neerlandés y de sus mayores exponentes como Rembrandt y Vermeer, pero que no visité para optimizar mi tiempo en la ciudad.
Mi barrio Leidseplein por su parte, también resultó muy interesante. Hay una plaza muy animada rodeada de cafés y coffeshop donde hay harta música, incluyendo HardRock, donde partí como siempre a comprar los pins para la colección de mi sobrino Tomy, pero también hay muchos lugares para ver música en vivo, stand up y teatro, como el Paradise.
Para comer hay de todo, yo me tenté con un restaurante indio llamado Akbar, donde comí ricas Pakoras y pollito Tikka Tandoori, con todo el sabor de Rajasthan. (http://www.akbar.nl/)
Otra de las visitas que quería hacer en la ciudad era ir a la Casa de Anne Frank, que tenía pendiente desde que leí el libro en el colegio (https://www.annefrank.org/es/). Como no pude comprar las entradas en línea (se agotan con dos meses de anticipación), hice tres intentos antes de lograr entrar, y no fue por falta de paciencia, sino porque el frío era polar. Dos veces quedé al otro lado de la Westerkerk, o iglesia occidental, que suponía más de una hora y media de espera y la tercera, me aventuré a la hora de almuerzo y al fin lo logré, luego de solo 30 minutos.
La entrada vale 10 euros, y la visita es súper organizada: comprende varios mini documentales para explicar el contexto de la ocupación Nazi y de la segunda guerra mundial y varios pasajes del diario en los que explica cómo se organizaba la vida familiar ocultos y encerrados y también sus adolescentes sentimientos con cada acontecimiento.
Por supuesto que es una visita muy triste y bien emotiva, en especial cuando se pasa por detrás del estante se sube la escalera y se entra en la "casa de atrás" que sirvió de refugio a 8 personas durante dos años, después de los cuales fueron descubiertos y posteriormente ejecutados en distintos campos de concentración, excepto el padre Otto Frank, quien sobrevivió a Auschwitz y dedicó su vida a honrar la memoria de su familia, en especial de Anne dando a conocer su diario de vida, que había sido guardado una de las personas que los ayudó para devolvérselo a ella algún día.
Para cambiar un poco el estado de ánimo con el que queda uno después de una visita como aquella, me dediqué a caminar por Jordaan, que es un barrio hermoso, lleno de cafés y restaurantes pequeños y coquetos.
La última visita que hice en la ciudad en plan turístico fue precisamente una turistada, para la que fue necesario salir de la ciudad y respondió a mis ganas de conocer los molinos que tanta identidad le dan a los Países Bajos, además del queso y las flores (también los coffeeshops y el barrio rojo).
Se trata de Zaanse Schans, situado a 15 kilómetros de Amsterdam y que tiene una cantidad no despreciable de molinos de viento. Si bien los molinos son reales, no siempre estuvieron acá, sino que fueron trasladados para asegurar su conservación en un proyecto de arquitectura de los años 50, aprovechando además de dar a conocer sus diversos usos.
Ya por las lindas postales vale la pena la visita (aunque es para congelarse), pero el paseo incluye varias visitas en una, como la quesería con degustación, el CacaoLab y también el taller museo, donde explican el proceso de fabricación de los famosos zuecos, hechos en una sola pieza de madera de álamo, la que tallan, estrujan, secan y pintan, para lograr un zapato impermeable y de máxima seguridad para los trabajos del campo.
En este mismo lugar estaba la tienda más linda llena de todos los souvenir de madera de cuantos colores se pueda imaginar, en especial las flores de madera, de las que me traje todos los colores para regalar y para mí.
La visita se hace libre, uno puede elegir hacerla caminando o en bicicleta y se puede entrar a casi todos lados gratis, sin embargo, sólo caminar el sendero es suficiente, porque se obtienen las más lindas vistas y permite hacerse una idea de la era pre-industrial, además porque es muy tranquilo y sorprendentemente no había mucha gente, aunque sí muchos patos.
Otra parada, más bien comercial, es la tienda de queso, donde hay degustación y también explican el proceso productivo. Los más afamados son aquellos de leche de vaca producidos en Gouda y Edam, pero también los hay de cabra como el exquisito Geit-in-stad.
Cada uno de los molinos que hay en el lugar se dedica a un oficio en particular, todos ellos se valen del viento que hace mover sus aspas y con ello la maquinaria interna para moler desde granos y semillas a pigmentos, porque sí hay un molino dedicado a la fabricación de pigmentos para la pintura: el Verfmolen De Kat, que data de 1782, está en su ubicación original y se dice que es último del mundo en funcionamiento.
Los demás molinos también se pueden visitar, hay un molino de especies, incluyendo una fina mostaza, uno de aceites, un aserradero y uno dedicado al cacao, que alimenta CacaoLab, que salvó la fría jornada con un exquisito chocolate caliente.
En la parte final del recorrido hay más negocios coquetos y casas como de cuento, con canales pequeños, puentes, flores y patos (uno me siguió y se coló en mis fotos), que hacía valer mucho la pena ir ya por mi cuarto café para poder quedarme un rato más a disfrutar las vistas.
Mi visita final fue la Amsterdam Centraal, que data de fines del siglo XIX y que es hermosa y muy bien organizada por el gran tráfico que tiene diariamente, porque además es estación del metro y de los tranvías. Desde aquí y previo snack partiría a mi próximo destino, con mi maletita y mi nueva pintura de Van Gogh, aunque sea réplica.
Ya cerrando mi recorrido solo puedo decir que la ciudad me encantó: es hermosa, entretenida, con mucha cultura y ocio, y eso fue lo que más me gustó, la vida equilibrada y también la tolerancia y el respeto por la autodeterminación de sus ciudadanos y por todas esas razones está en mi lista para repetir, aunque creo que no en invierno! ...
Next destination: Berlin, con todo!
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